¡ESPANTE LAS AVES DE RAPIÑA!
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A los lectores asiduos de la Biblia este título no les parecerá extraño. Inmediatamente que lo mencionamos, nos recordamos que un episodio con aves de rapiña le aconteció al padre de la fe, esto es, Abram. El recipiente bíblico de esta historia es Génesis capítulo 15. Era un momento de reafirmación divina al patriarca sobre la promesa que desde antes Dios le había hecho. La promesa no era solamente darle la tierra de Canaán, ni tampoco consistía tan solo hacer de él una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y la arena del mar. En forma superlativa, la promesa era darle una simiente. Cuando Pablo interpetó el sentido bíblico de ello, dijo que aquella simiente es Cristo (Gl 3:16).
Cuando alguien es receptor de promesas divinas tan sublimes, necesita protección, pues el enemigo pretende entrar y hacer morir la esperanza. Por tanto, en este mismo contexto, el Señor alentó a Abram y le dijo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Cuando estudiamos el trato divino con dicho patriarca en un período de veinticinco años, desde que lo sacó de Ur hasta que nació su hijo Isaac, encontramos que Dios le habló en cuarenta y cuatro ocasiones. Casi todas eran reafirmaciones de promesas. Hoy, cuando muchos tienen tan poco contacto con la Palabra de Dios, debemos saber que la abundancia de la Palabra en la vida de un individuo, está relacionada con el alcance espiritual que esa persona ha de tener. Mucha palabra de Dios, equivale a mucha fe, ya que la fe es por el oír y, el oír, por la Palabra de Dios (Ro 10:17). La fe es el medio para acceder a todas las promesas de Dios. La fe en Cristo le permite al hombre experimentar un milagro sobrenatural que se llama el nuevo nacimiento (Jn 3:1-15; 1 P 1:23).
En Génesis 15:8 cuando Abram ruega a Dios que le muestre una manera cómo el pudiese conocer que ha de heredar la promesa, Dios le ordena que haga un sacrificio animal. El patriarca tomó algunos animales como le pidió Dios y, con excepción de las aves, los demás los partió por la mitad, poniendo una mitad enfrente de la otra. Por iniciativa divina, a través de todo el Antiguo Testamento, los sacrificios de los animales y el derramamiento de esa sangre, era el medio para la reunión o comunión entre Dios y su pueblo. Ahora, es la sangre de Jesucristo la que nos permite acceder al Lugar Santísimo celestial y tener comunión directa con el Dios Omnipotente (He 10:19-22). La costumbre en días de Abram era que al hacer un pacto, ambos contrayentes debían pasar entre los animales divididos, a manera de confirmación del contrato entre ambos. Así que, Abram esperaba que Dios apareciera y, ambos caminar entre el sacrificio que Dios mandó a hacer.
Ahora, el versículo 12 revela algo extraño que sucedió a Abram: al caer la noche, le sobrecogió el sueño y el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Mientras dormitaba, el Señor le habló nuevamente corroborándole que su descendencia moraría en tierra ajena, sufriría, pero a la cuarta generación regresarían a aquella tierra prometida. Cuando el sol se puso y todo estaba oscuro, se veía un horno humeando y una antorcha encendida que pasaba entre los animales divididos. Así, Dios hizo un pacto con Abram y prometió darle la tierra de Canaán a su descendencia para siempre. El relato no dice que Abram pasó también entre los animales divididos, como era de esperarse. Si así hubiese sido, dos personas hubieran estado en el pacto. Pero, mientras Abram dormitaba, solo Dios pasó con apariencia de fuego entre los animales.
Esto es un paralelo maravillo con el Nuevo Pacto de Dios con nosotros a través de Cristo. Nuestra salvación es un plan unilateral de Dios. Él nos conoció y nos amó desde antes de la fundación del mundo. Además, en su presciencia nos preparó a su Hijo desde la eternidad, como nuestro Cordero Salvador (1 P 1:19,20). Así que, Cristo no vino a este mundo por un contrato divino con Abram, Moisés, David o alguno de los grandes hombres de la historia bíblica. Dios envió a su Hijo al mundo por su propia gracia. Nosotros no podemos ayudar a Dios a salvarnos. Su Hijo Jesucristo dijo a los discípulos en la última cena: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Y nos mandó a tomar ese fruto de la vid en memoria de él (1 Corintios 11:25). En verdad, por gracia somos salvos, por medio de la fe, y esto no de nosotros, pues es don de Dios. No por obras para que nadie se gloríe (Ef 2:8,9). Es nuestro deber recibir por fe, lo que Cristo ha hecho por nosotros en la cruz. Si así lo hacemos, somos salvos y perdonados eternamente.
El versículo 11 dice que mientras Abram esperaba la visita de Dios para establecer el pacto, venían aves de rapiña, pero el hombre de Dios las ahuyentaba. Este tipo de aves representan todo aquello que se opone a los santos propósitos de Dios. Esto representa el proyecto de Satanás, el Adversario, y de los demonios que intentan devorar aquello que es de Dios y que está relacionado con sus promesas.
Debemos velar que nuestra fe esté puesta solamente en Jesucristo, y éste crucificado! (1 Co 2:2). Toda vanagloria e intento de ayudar a Dios a salvarnos, debe ser ahuyentado de nosotros, tal como el anciano hacía con las aves de rapiña. El mensaje de Cristo como el único Salvador, ha sido perseguido de una manera férrea. Muchas religiones trabajan por minimizar a Cristo y colocarlo a la altura de los ángeles. Pero, la Biblia dice que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9). Y cuando Dios introdujo a su Hijo en el mundo, ordenó a todos los ángeles que lo adoraran. Y el Padre celestial dice de su Hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino (He 1:5-8). Cristo Jesús es en forma de Dios, es igual a Dios (Fil 2:5,6). La religión ha sido enemiga cruel del pacto unilateral de Dios al darnos a su Hijo como Salvador y Señor. Pero debemos mantener nuestra mirada puesta en Cristo y en su sacrificio como la ofrenda únicamente acepta ante Dios para expiar nuestros pecados. La mejor manera de ahuyentar estos buitres roedores es por la proclamación de la verdad. Cuál luz que alumbra en lugar oscuro (2 P 1:19), la verdad debe ser alzada como antorcha en medio de las tinieblas. Ella, por sí misma, ahuyentará las herejías y todo intento de restarle valor al sacrificio perfecto que el Cordero hizo a nuestro favor.
Deseo que el Señor levante más hombres de fe como el padre Abram, que sepan oir la Palabra de Dios y mantener su mirada puesta en la ofrenta correcta, el sacrificio de Cristo. Es hora de cuidar de la doctrina de Cristo como un tesoro que nos servirá para nuestra salvación y trascenderá por la eternidad.
¡Que seamos de esos, tú y yo!
Con amor sincero,
Pst. Eliseo Rodríguez
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