INCIRCUNCISOS DE CORAZÓN
- 2 comentarios
- 241
Los cristianos deben estudiar la Biblia diariamente y relacionarse con las historias extraordinarias que en ella nos dejó el Espíritu Santo. Sin dudas, una conmovedora es la del primer mártir de la era cristiana, Esteban. Él era un diácono de la iglesia de Jerusalén, para lo cual debía tener cualidades: buen testimonio, llenura del Espíritu Santo y sabiduría (Hch 6:1-5). Su fidelidad en lo poco se hizo evidente cuando su ministerio sobresalió, pues llegó a estar lleno de gracia y de poder y hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo (6:8). Cuando los judíos que no creían en Cristo lo afrentaron, no podían resistir a la sabiduría y al espíritu conque hablaba (vv. 9,10). Un testimonio que resalta su singular espiritualidad es que, cuando lo llevaron al concilio judío, los que estaban allí para juzgarle, al fijar sus ojos sobre él, vieron su rostro como el rostro de un ángel (v. 15). No obstante, lo acusaron injustamente por su mensaje centrado en Jesucristo, y le permitieron hablar para demostrar si era cierto o no aquello de que lo acusaban.
El discurso de Esteban en Hechos 7 constituye un desafío a la iglesia contemporánea, debido al conocimiento de las Escrituras que brota de sus palabras. Al comenzar a hablar sobre el padre de la fe, Abraham, continuó un registro de todo el trato divino con la nación de Israel. Cita al mediador de la Ley, esto es, Moisés. Aquí recordamos que la Ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo, pero, venida la fe, ya no estamos bajo ayo (Gl 3:24). Y así Esteban lo hace evidente al recordar la promesa de Dios, que Él levantaría un profeta al cual oirían como habían oído a Moisés, esto es Cristo. (Hch 7:37). Esteban también cita a David, quien pidió al Señor que le permitiera levantar tabernáculo para el Dios del cielo. Pero Salomón le edificó casa (Hch 7:45-47). Sabemos que Cristo es el Hijo de David (Lc 20:44) y que la iglesia es el tabernáculo de David restaurado, compuesto ahora por judíos y gentiles que creen en el Hijo de David como el Mesías Salvador (Hch 15:14-18). En su discurso, Esteban apuntó a un templo que no es hecho por manos humanas. Ahora la iglesia es el templo del Dios viviente, pues Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos me serán a mí por pueblo (2 Co 6:16).
Al hacer este recorrido tan minucioso sobre los tratos divinos con los hombres, Esteban tildó a sus oyentes no cristianos, como incircuncisos de corazón y de oídos. Al escuchar esta frase nos viene a la memoria la circuncisión tal como Dios la mostró a Abraham. Al octavo día de nacido, todo el que habría de formar parte del pueblo de Dios, debía ser circuncidado. Era una operación literal para quitar el prepucio, y era la señal del pacto entre Dios y Abraham y su descendencia (Gn 17). Ahora, en la gracia de Jesucristo, la circuncisión que vale es la del corazón, en espíritu (Jeremías 4:4; Ro 2:29). Esta no es hecha a mano, sino que es operada por Dios mismo. Se recibe por fe, al creer que, en Cristo, el cuerpo pecaminoso carnal es echado de nosotros. En esa dimensión de fe, todo cristiano debe creer que no vive más para sus deseos pecaminosos, sino para la gloria de Dios. Al descansar en la gracia de Cristo al respecto, se recibe libertad para no ser más esclavos del pecado, sino siervos de la justicia divina (Ro 6:18).
Cuando Esteban juzgó que sus acusadores eran espiritualmente incircuncisos, dio argumentos para su declaración. En verdad, por sus frutos los conoceréis (Mt 7:16,20). Primero, igual que sus padres, ellos resistían siempre al Espíritu del Señor (v 51). Si una persona, aunque diga tener fe, resiste insistentemente el trato del Espíritu de Dios en su vida, es incircuncisa de corazón y de oídos. Segundo, cuando se persigue a los voceros de Dios, el prepucio del corazón no ha recibido el tratamiento quirúrgico necesario. En este mismo sentido, si se intenta eliminar a aquellos cuyo mensaje está centrado en Cristo, el Justo, el que tal haga, no está sujeto a las promesas del Nuevo Pacto en la sangre del Cordero (v 52). Tercero, cuando la Palabra de Dios no halla cabida para ser guardada en el espíritu, el corazón y los oídos están incircuncisos (v 53). Cuarto, cuando los hombres son confrontados con la verdad y, en lugar de humillarse al oírla, se enfurecen en sus corazones y se manifiestan airados, eso demuestra que no han sido operados divinamente en su interior. El versículo 57 confirma la acusación de incircuncisos de corazón y de oídos que les hizo Esteban: Cuando oyeron estas cosas, sus enemigos dieron grandes voces para no seguirle oyendo, se taparon los oídos y arremetieron a una contra él.
Amados, el espejo en que nos hemos mirado en estos grandes relatos bíblicos, nos debe llamar la atención y hacernos tomar grandes resoluciones del corazón (Jue 5:15). Primero, debemos asegurarnos que, en verdad, hemos nacido de nuevo, por el milagro del Espíritu Santo en nosotros (Jn 3:1-5) y ser dóciles al trato del Espíritu en nuestros corazones. Segundo, debemos tener en estima a aquellos que el Señor ha llamado y capacitado para hablarnos el mensaje de Cristo (1 Ts 5:12,13), y negarnos a participar en pecados de murmuración en detrimento de su honor. Tercero, al estar bajo la impartición de la Palabra, debemos tener oídos para oírla atentamente, y un corazón dispuesto a guardarla para no pecar contra Dios (Sal 119:11; Ap 2:). Cuarto, debemos permitir que el mensaje de Cristo nos confronte y corrija lo que está mal en nosotros. Pablo tuvo que sufrir nuevos dolores de parto por los hermanos de Galacia, hasta que Cristo fuera formado en ellos (Gl 4:19).
Si algo en nosotros no está funcionando a la manera de Dios, este es el mejor momento para decirle: Señor, dame un nuevo corazón y haz dócil mi oído, como el de Samuel, para decir: Habla, porque tu siervo oye (1 S 3:10).
En amor cristiano,
Vuestro servidor,
Pst. Eliseo Rodríguez
www.christianzionuniversity.