¡QUE EL AÑO NO SE GASTE!

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Todos estamos de acuerdo en que no es lo mismo gastar que invertir. Dios invirtió su más valioso tesoro al enviarlo a esta tierra con el propósito de buscar y salvar lo que se había perdido (Mt 18:11). La inversión fue cara de una manera que no es del lenguaje humano describir. Pero la ganancia es también inenarrable. Él envió a su propio Hijo a dar su vida en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo (1 Ti 2:6). Pero cuando el Hijo vio anticipadamente los resultados de la aflicción de su alma, se sintió satisfecho (Isa 53:11). El hecho es que la piedad del evangelio tiene promesas de esta vida presente y de la venidera (1 Ti 4:8). Es así porque, en verdad, si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Co 15:19). Por tanto, las buenas nuevas de Cristo aseguran que aun cuando esta morada terrestre, este tabernáculo se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos (2 Corintios 5:1). 

Desde la plataforma de nuestra responsabilidad como iglesia, debemos admitir que millones de personas viven solo para gastar sus días, sin hacer la inversión más importante de su vida. Parece que Moisés interpretó la necedad que significa vivir de esta manera, porque le rogó a Dios: Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría (Sal 90:12). El propio Señor narró la necedad de un hombre que había invertido sus ganancias materiales a tal modo que su heredad había producido mucho. Pero había vivido solo para esta esfera pasajera, y gastó sus días sin invertir nada para la eternidad. Cuando sus planes humanos y materiales estaban en su mejor punto, tuvo que escuchar la voz del dueño de la vida, esto es, Dios, cuyas palabras le avisaban que aquella era la última noche de su existencia terrenal. Dios mismo le preguntó:  Y lo que has provisto, ¿de quién será? Entonces vino la enseñanza del Maestro para dejarnos saber que así es todo el que hace para sí tesoro, pero no es rico para con Dios (Lc 12:16-21). 

Por tanto, en este primer Eco Pastoral de 2019 debemos hacernos esta pregunta: ¿De qué manera puedo usar los días que Dios me dé a fin de aprovecharlos para el bien? La respuesta a esta interrogante está vinculada con el propósito de Dios para con su pueblo. Miremos:

Primero, debemos pensar que Dios nos hizo para alabanza de su gloria (Ef 1:12). Por tanto, en el nuevo año nos conviene recordar que el Padre busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad (Jn 4:23,24). Al pensar en invertir bien la vida, nos conviene despertarnos cada mañana diciendo con el Salmista: Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; anunciar por la mañana tu misericordia y tu fidelidad cada noche (Sal 92:1,2). Si lo hacemos, estamos invirtiendo cada hora del día exactamente conforme al diseño de nuestro Creador. Dios ve como buena inversión que sus hijos anuncien cada mañana la renovación de sus misericordias (Lam 3:22,23) y que al anochecer les digan a todos que la fidelidad suya es para siempre (Sal 117:2). Por este doble anuncio diario alguien debe oír hablar de Cristo, quien es la encarnación perfecta de estas dos virtudes divinas, la misericordia y la fidelidad. Si uno solo se salva por esta proclama, tendremos que admitir: ¡Qué buena manera de invertir la vida es esta!

En segundo lugar, el hombre de Dios no gasta los días del nuevo año, sino los invierte cuando traza la meta de hacer bien a todos, mayormente a los de la familia de la fe (Gl 6:10). Hemos sido salvos por la gracia de Dios (Ef 2:8), pero la Biblia enseña que hemos sido creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef 2:10). El buen cristiano expresa su amor, no con palabras solamente, sino con hechos y en verdad (1 Jn 3:18). La gentileza de los hijos de Dios debe ser conocida por todos los hombres, sin olvidar que el fruto del Espíritu es en toda bondad (Ef 5:9). Si somos hijos de Dios, debemos ser sus imitadores (5:1). Y la Biblia dice respecto a la bondad de nuestro Padre, que toda buena dádiva y todo don perfecto, desciende de Él (Stg 1:17). Las obras de misericordia y de compasión para con los necesitados son el fruto de la fe de los santos. Para mover nuestra sensibilidad hacia la necesidad de hacer el bien, debemos dar una mirada retrospectiva y recordar cuánto bien hemos recibido de otros en nuestro peregrinar. Dios ha permitido que otros inviertan sus talentos en nosotros. Nosotros también debemos ensanchar nuestro corazón como justa respuesta a ese amor tan manifiesto (2 Co 6:13). 

Por último, debemos evitar un mero gastar de los días e invertir bien este año, haciendo vallado en la brecha a través de la intercesión continua. En la congregación de los redimidos hay músicos, cantores, declamadores, predicadores, maestros y talentos innumerables que Dios ha dado a los santos. Pero nunca han sobrado los intercesores. Una vez Dios buscó, aunque fuera uno que se parara en la brecha a interceder para que él no destruyera a su pueblo por su pecado, y no lo halló. Por tanto, tuvo que derramar su ira y traer sus juicios a aquel pueblo que se había alienado de su divina ley (Ez 22:30,31). El Señor Jesús es un ejemplo vivo sobre la necesidad de orar por los más necesitados. Pedro necesitaba la oración de Jesús, porque su concepto de fortaleza propia lo hizo vulnerable al enemigo. El apóstol dijo sentirse confiado que él no negaría al Señor. Pero Jesús vio su declaración como peligrosa, por tanto, le anunció que de antemano ya había rogado por él para que su fe no faltara. Aquel ruego persistente de Jesús lo trajo de vuelta para confirmar a sus hermanos (Lc 22:31,32). Esto es de tanto valor, que cuando la Biblia detalla las actividades de Cristo en el cielo, nos recuerda que él vive siempre para interceder por nosotros ante Dios (He 7:25). El reino de Dios se sostiene victorioso a través de la intercesión. Así que, el permiso que nos ha sido dado en Cristo para entrar al Lugar Santísimo no es solo para adorar, sino para interceder a favor de otros. Al leer las Epístolas de Pablo encontramos abundantes referencias acerca de su gran lucha de oración por los hermanos (Col 2:1). Él oraba siempre, haciendo memoria de ellos en sus oraciones (Ef 1:16; 1 Ts 1:2). Uno de sus consiervos, el hermano Epafras, rogaba siempre encarecidamente por los hermanos, a fin que estuviesen firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere (Col 4:12). Hombres y mujeres que tienen esta carga de intercesión por otros son un baluarte en la lid del evangelio y la gloria de su inversión es tan grande que no alcanza a entenderse cabalmente. En el cielo sabremos de cuántos males fuimos librados y cuánto bien nos ocurrió gracias a la constante intercesión de otros hermanos a nuestro favor. En la iglesia Monte de Sion donde soy pastor aquí en Miami, siempre les ruego a los hermanos que hagan por mí lo que Pablo pidió a los hermanos hacer por él. A los de Roma les pidió que lo ayudaran, orando por él a Dios (Ro 15:30) y, a los de Corinto, que cooperaran a favor de él con la oración (2 Co 1:11). Si un ministro tiene una iglesia que ore por él, de seguro que su ministerio tendrá una influencia gloriosa en favor del Señor y de la obra. Y si una iglesia tiene un pastor intercesor, esa congregación se erguirá victoriosa a pesar de las disímiles maquinaciones del maligno. 

Así que, hermanos, este año tracemos la meta de no gastar la vida, sino invertir los días en aquello que glorifica a Dios, que obra a favor de los santos y que hace vallado a través de la oración intercesora. Entonces, podremos llegar al final de nuestra carrera con gozo y sentir en lo profundo del alma la satisfacción de haber vivido conforme al propósito para el que fuimos creados.

Con todo cariño en Jesús,

Vuestro servidor, 

Pst. Eliseo Rodríguez

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