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La Biblia muestra en forma clara que el reino de Dios se mueve a través de leyes inexorables. Cuando las conocemos y aplicamos a nuestras vidas, podemos disfrutar de ese ambiente glorioso, donde Dios reina. Por ejemplo, la fe es una ley del reino de Dios que tiene que ver con nuestra salvación (He 11:6). El amor de Dios ha sido expresado en forma absoluta en la cruz del Calvario, cuando Cristo murió por todos los hombres (2 Co 5:14,15). Pero un incrédulo no puede acceder al favor de la salvación provista en la cruz, a no ser que se arrepienta y decida creer que Jesucristo es el Salvador (Mr 1:15). Hoy queremos tratar una de las leyes más importantes para la seguridad de nuestra vida cristiana y el logro final de nuestra carrera. 

El título de este Eco Pastoral es sugerente acerca de la ley de que vamos a hablar. La palabra siempre, define aquello que actúa permanentemente en el tiempo; identifica lo que hacemos en forma constante. En verdad, hay ciertas actividades espirituales propias de la vida cristiana que debemos hacer siempre. Y, si renunciamos a la continuidad de tal hacer, ponemos en riesgo los tesoros más preciados que administramos. En la Biblia, el uso del término siempre está directamente asociado a la necesidad de una vida de oración perseverante. Hoy trataremos unos aspectos relevantes sobre ello. Acompáñame a descubrirlos:

Al respecto, me inspira la vida de un hombre quien vivía en Cesarea, ciudad situada a las orillas del Mar Mediterráneo, en Galilea. Él se llamaba Cornelio, y dirigía cien soldados romanos A pesar de su desconocimiento del evangelio, la Biblia dice de él que oraba a Dios siempre (Hch 10:2). Es justo que hablemos de él primero, para quedarnos con el ejemplo que, si un militar romano que aún no conocía la doctrina de Cristo, consideró su deber orar a Dios siempre, un creyente en Jesucristo no tendrá ninguna excusa para ser intermitente en su vida de oración. El Espíritu Santo dejó este pasaje en la historia de la iglesia para darnos a entender la atención que Dios le presta a alguien que lo considera a Él imprescindible. Cuando desde su santa morada, Dios miró a aquel gentil que quería conversar con él constantemente, le alumbró el camino, enviándole a Pedro para que le hablara del único mediador por el que podía ser salvo, esto es, Jesucristo. Entonces, Cornelio, toda su casa, sus parientes y amigos más íntimos, fueron alcanzados por la salvación, bautizados en el Espíritu Santo y, también, bautizados en las aguas (Ver Hch 10).  

Un sabio pensador dijo que la oración es la respiración del alma. Este pensamiento está validado por la enseñanza general del Nuevo Pacto en Cristo. Cerca de los días del primer advenimiento del Señor, una anciana que superaba los cien años de edad, no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Su nombre era Ana, la profetiza, de la tribu de Aser (Lc 2:36,37). En verdad, Aser (hijo de Jacob y Lea), tuvo la honra de contar en su generación con una anciana que aprendiera a hacer lo más importante, y que lo supiera hacer siempre. El premio de orar de noche y de día, no se hizo esperar para aquella centenaria judía: ella pudo ver, en el mismo lugar donde oraba siempre, al bendito Verbo de Dios encarnado, y dio testimonio de él a todos los presentes en el templo (v. 38).  

En esencia, Jesús dijo que Él es la vid, y nosotros los pámpanos. Enseñó, por tanto, que ningún pámpano puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid. Al hablar del peligro que resulta si nos soltamos de esa intimidad, el Señor dijo que todo aquel que en él no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará, y los recogen y los echan en el fuego y arden (Jn 15:1-6). 

Esta verdad central nos recuerda que cuando Jesús llamó a sus doce discípulos, aunque tenía tareas importantes para encomendarles, la Biblia dice que el propósito primero para el que los llamó era este: para que estuviesen con él (Mr 3:14). ¡Tenía tanto el Señor para enseñarles! Ahora entendemos por qué dice la Escritura que, a diferencia del trato de Jesús con la multitud, a ellos en particular, les declaraba todo (Mr 4:34). Hay ricas enseñanzas que Jesús tiene para aquellos que están con él en la intimidad de la oración. De este hábito de comunión con el Señor se desprendió la postura firme que los mismos apóstoles asumieron sobre la oración en los primeros tiempos de la iglesia. Ellos fueron tentados a ocuparse en actividades de bondad, de suplencia, de justicia, en cuanto al repartimiento equitativo de las ayudas a los necesitados. Pero el Espíritu Santo les hizo recordar para qué, principalmente, habían sido llamados. Entonces, dijeron con firmeza: Nosotros persistiremos en la oración… (Hch 6:4). Mi papá, el eminente pastor Pedro Manuel Rodríguez, nos enseñó un coro, cuando aún mis hermanos y yo éramos muy pequeños. Así decía su letra:  

Esta es la cosa más hermosa que yo sé, 

que Jesucristo me salvó. 

Y cada paso que yo doy lo guía él, 

esta es la cosa más hermosa que yo sé. 

Andar con él, hablar con él, 

esta es la cosa más hermosa que yo sé.

Esa enseñanza fue tan clara en nuestro hogar, que cuando yo salí fuera de casa a estudiar, mi papá me dio por escrito una hoja de ruta espiritual. Dentro de aquellas disciplinas diarias, estaban estas: orar tres veces al día y leer cada día un capítulo de la Palabra de Dios. Lo mismo hizo con mis seis hermanos, respectivamente. Como el buscar a Dios siempre es la fuente del éxito en todas las áreas de la vida, mis padres tienen hoy el privilegio de contar con una generación de unos sesenta descendientes, entre hijos, nueras, yerno, nietos y bisnietos, y todos somos cristianos y muchos estamos sirviendo al Señor en el santo ministerio. ¡Aleluya! 

Amados, pudiéramos citar la Biblia en sus sesenta y seis libros para dar crédito sagrado a la necesidad de orar siempre y no desmayar (Lc 18:1). Pero, al terminar, solamente queremos traer esta verdad a los días en que nos ha tocado vivir. Estos son los días peligrosos avisados de antemano en la Palabra (2 Ti 3:1). Así que, es necesario afirmar las estacas de nuestra fe, reparar las columnas de nuestro edificio espiritual, y tomar decisiones firmes de orar sin cesar (1 Ts 5:17). Es necesario entender que el río dará con ímpetu contra nuestra casa, y solamente permanecerá en pie, si está fundada sobre la Roca, que es Cristo mismo (Mt 7:24,25).

¿Estás dispuesto a responder con un amén al llamado del Señor para que estés con él? ¿Asumirías hoy una postura intransigente para no dejarte arrebatar la oración, de modo que puedas postergar otras cosas y orar a Dios siempre? Si esto haces, también siempreserás como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará (Salmos 1:3). 

Hagamos nuestro el coro de aquel valioso himno: 

Siempre orad, nos manda Cristo,
Y velad en oración;
Pronto vendr él en las nubes,
Nos dará su bendición.

Siempre contigo en la oración,

Tu servidor,

Pst Eliseo Rodríguez
www.iglesiamontedesion.org
www.christianzionuniversity.org
www.quedicelabiblia.org

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